Publicado en Lindeiros número 2 (Julio 2013)
La Noche de San Juan ha llenado de hogueras los pueblos y ciudades de Galicia. Hogueras que han quemado ramas, troncos o apuntes de un curso ya superado, tirados al fuego por estudiantes ya en vacaciones. Gracias a ellas, nos hemos calentado en una noche muy fría de verano.
La Noche de San Juan ha llenado de hogueras los pueblos y ciudades de Galicia. Hogueras que han quemado ramas, troncos o apuntes de un curso ya superado, tirados al fuego por estudiantes ya en vacaciones. Gracias a ellas, nos hemos calentado en una noche muy fría de verano.
Las
hogueras, como cualquier otro fuego, no son más que reacciones químicas. Eso
sí, muy especiales. Lo que se quema, o combustible, reacciona con el oxígeno
existente en el aire. El resultado es otro elemento, como el agua, el dióxido
de carbono (combinación de un átomo de carbono con dos de oxígeno) o el temido
monóxido de carbono (solo un átomo de oxígeno por cada carbono), este último venenoso
para nosotros y que cada invierno desgraciadamente causa alguna muerte cuando el
quemador que se utiliza no funciona correctamente, ya sea el calentador de agua
o una estufa a gas. El monóxido de carbono se produce en estos aparatos cuando
la cantidad de oxígeno en el aire es insuficiente, por ejemplo, por una mala
ventilación. Uno de las señales que nos puede avisar es el cambio en el color
de la llama. El color de la misma depende de la temperatura y del combustible.
Así, cuando un gas butano o propano se quema, la llama tendría que ser de un
color azulado. Un color amarillento o rojizo indica que la combustión es mala y
nos tiene que poner alerta. Pero, ¿por qué tienen ese color las llamas?
Responder
a esta sencilla pregunta requiere la ayuda del espectro. No, no es el fantasma
de Canterville ni ningún otro espíritu. Se refiere a como es la luz que emiten
los materiales que participan en esas reacciones químicas que dan lugar a las
llamas. Al igual que la luz solar, que se descompone para formar el arcoíris en
un día con lluvia y sol, la combinación de colores e intensidad es
característica de cada tipo de molécula. A eso es lo que llamamos espectro.
Así,
en la llama de una vela, la zona baja es de color azul. Es donde el oxígeno del
aire reacciona con los gases de la cera. La luz que emiten los materiales que
se forman ahí es mayoritariamente azul y por eso la vemos de ese color. Un poco
más arriba hay un área obscura, más pobre en oxígeno, en donde se crean pequeñas
partículas de carbón. Éstas siguen ascendiendo y calentándose con el calor
generado, emitiendo rayos de todos los colores. Pero en este caso, el amarillo
es el dominante. Y para los que tienen ojo avizor, alrededor de la llama hay
una estrecha franja azulada, en donde la temperatura puede alcanzar los 1400
grados centígrados.
Pero
además de la luz que vemos, en las llamas también se emite otra que no vemos
pero que sentimos. Es la radiación infrarroja que penetra ligeramente en
nuestro cuerpo y nos calienta. Ella nos ha ayudado a superar esta fría noche de
San Juan.
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