Publicado en Lindeiros, número 4 (Septiembre 2013)
El melidense Julio Villamor a sus 78 años es todavía un emprendedor de altura que nos quiere hacer la vida más agradable, reduciendo el ruido que hace nuestra extractora de humos de la cocina. Éste es desagradable, molesto e intenso. Estamos tan acostumbrados a nuestro sentido de la audición que habitualmente no nos preguntamos qué es el sonido.
El melidense Julio Villamor a sus 78 años es todavía un emprendedor de altura que nos quiere hacer la vida más agradable, reduciendo el ruido que hace nuestra extractora de humos de la cocina. Éste es desagradable, molesto e intenso. Estamos tan acostumbrados a nuestro sentido de la audición que habitualmente no nos preguntamos qué es el sonido.
Lo
que nosotros sentimos es realmente un cambio en la presión que hace el aire (o
el agua, si estamos sumergidos) en los tímpanos de nuestras orejas. Ese cambio
de presión se transmite a nuestro oído interno a través de tres pequeños
huesecillos (martillo, yunque y estribo, llamados así por la forma que tienen).
Allí se transforman en otro tipo de señales, que finalmente se transfieren a
nuestro cerebro a través del nervio acústico.
Esos
cambios de presión que sentimos, vienen en forma de ondas, como las olas del
mar. Imaginemos que tiramos una piedra a un estanque tranquilo. Desde el sitio
donde ha caído, se esparcen varias olas en círculo. En el agua las vemos. En el
aire ocurre lo mismo, no las vemos, pero las oímos.
La
frecuencia, es decir, el número de veces que el valor de la presión es la misma
por cada segundo (imaginemos esas olas y contemos cuantas vemos pasar) caracteriza
el sonido. Si es baja decimos que el sonido es grave. Si es alta, que es agudo.
Los humanos somos sensibles a frecuencias de entre 20 y 20.000 cambios por
segundo (o hercios). Pero que seamos sensibles a esas frecuencias, no quiere
decir que siempre las escuchemos. Depende de su intensidad, es decir, de lo
grande que sea ese cambio de presión. No es lo mismo una ola de un metro que
otra de un centímetro. Incluso podemos tener olas que no apreciemos a simple
vista. Lo mismo pasa con el sonido. Si los cambios son pequeños, podemos no
escucharlos.
Para
medir esa diferencia de intensidad se utiliza otra unidad en honor al
empresario e inventor escocés Alexander Graham Bell: bel o belio. Como esta
unidad es muy grande, se divide habitualmente por diez y que conocemos como
decibelio.
En
la fotografía se puede ver la diferencia en el ruido de mi cocina con la
campana extractora apagada (39 decibelios) y encendida (91). Esa diferencia de
52 decibelios, por la forma en que se mide,
equivale a que la intensidad del sonido es 400 veces mayor. Es como si
una ola de un centímetro pasara a tener 4 metros de altura.
¡Gracias
Julio por pensar en cómo tener solo murmullos en la cocina!