lunes, 3 de junio de 2013

¡BENDITA AGUA!

Publicado en Lindeiros Mayo 2013, número 0.

Los aficionados a la ciencia ficción probablemente recuerden a Jodie Foster en la película “Contact” citar el principio de la Navaja de Occam. Este método permite seleccionar entre dos explicaciones del mismo hecho, escogiendo aquélla que sea más sencilla o simple. Se atribuye su formulación al fraile franciscano y filósofo del medioevo  Guillermo de Occam (en inglés William of Ockham), aunque realmente no fue él quien lo enunció. Lo que realmente hizo fue aplicar este método medieval en su trabajo filosófico, aplicando la navaja para afeitar de las teorías existentes aquello que era superfluo o innecesario.  Desde esta columna queremos hacer que la ciencia sea cercana y sin complejidades o vocablos técnicos que escondan su belleza. Sencilla, sin añadidos innecesarios, como si fuera a través de la voz de Guillermo de Occam.
Dado su origen británico (nació en Surrey, Inglaterra) probablemente estaba acostumbrado a la lluvia como estamos nosotros en Galicia. Aunque este marzo de 2013 se nos ha hecho algo cansino, con casi 360 litros caídos por metro cuadrado en Santiago de Compostela, donde solo hubo cuatro días sin lluvia. Tanto ha llovido que seguro que muchos hemos dicho ¡maldita agua! ¡Ya podría parar de llover! Pero estamos en abril, y aunque llueve menos, las nubes siguen entrando por nuestra costa. Desde jóvenes hemos aprendido el ciclo del agua, que se evapora, asciende por el aire hasta llegar a zonas más frías donde se condensa, formando pequeñas gotas que vemos como nubes. Cuando las gotas son suficientemente grandes, caen en forma de lluvia, escurriéndose por la tierra hasta formar ríos que desembocan en el mar para volver a iniciar el ciclo. Menos conocido es que se necesitan otras partículas (sales, ácido nítrico, cenizas, polvo, polen, etc) para arrancar la formación de estas gotas. Es decir, el agua de lluvia no es completamente pura, sino que contiene pequeños restos de otros materiales, en una proporción, eso sí, minúscula.
Esta proporción es muchísimo mayor en el agua de los ríos o en el mar, al contener otras sustancias disueltas como es la sal marina. Muchas veces se afirma erróneamente que el agua es un disolvente universal, es decir, que puede deshacer y mezclarse con cualquier compuesto.  Realmente, puede hacerlo con muchas de las sustancias, pero no con todas. Esta capacidad es debida a que la molécula de agua, formada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno tiene una cierta polaridad eléctrica. Los tres átomos se unen a través de un enlace covalente en donde comparten los electrones. Pero estos tienden a estar más cerca del oxígeno que de los dos hidrógenos, creando una pequeña zona de carga negativa en el lado del oxígeno y, por lo tanto, positiva en las posiciones de los átomos de hidrógeno. Como resultado, la molécula de agua se podría visualizar como nuestras piernas formando un ángulo de 104 grados, donde nuestro tronco fuera el oxígeno y cada uno de nuestros pies un átomo de hidrógeno.  Gracias a esa polaridad, las moléculas de agua se juntan. La zona con carga positiva de una molécula es atraída por la negativa de otra (o viceversa). Es decir,  es como si uno de  uno de nuestros pies se apoyase en los hombros de otra persona. 
El agua también es imprescindible para la vida tal y como la conocemos. De hecho, nosotros somos en una gran proporción agua, del 60 al 80 por ciento de nuestro peso. Casi todas las moléculas necesarias en los procesos biológicos adquieren la forma que les proporciona su función disueltas en agua. Y en agua se producen las reacciones químicas que mantienen vivas a nuestras células y, por tanto, a nosotros. En fin, que aunque probablemente estemos cansados de tanta lluvia, deberíamos pensar: ¡Bendita agua! 

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